Ángel de la luz.
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Advertencias: Leves pensamientos suicidas.
Era una noche como cualquier otra de verano. A pesar de las altas temperaturas del día, las noches eran recorridas por una brisa que si bien no era tan fresca como las de otoño al menos servían para dar un respiro de los atosigantes días. Los árboles desbordaban de verde follaje y los jardines eran adornados por bellísimas flores que recobraban la vida en ese momento para volver a marchitarse cuando el sol las golpeara con sus rayos.
Una hermosa muchacha caminaba por las desoladas calles. Ambos brazos rodeaban su barriga abultada por los siete meses de embarazo, acunando a ese niño que aún no había nacido y que hubiera deseado jamás concebir. Era aún demasiado joven para tener un hijo, no deseaba que fuera así.
Desde pequeña había soñado con terminar alguna carrera universitaria, conseguir un buen trabajo y una casa propia, y entonces recién pensar en una pareja e hijos. Pero el destino podía ser demasiado cruel si se lo proponía. Ni siquiera había terminado la secundaria aún y el padre del chico había declarado desde el mismo momento en que se enterara de la vida en camino que no se haría cargo, cambiando todas aquellas palabras de amor que antes había proferido por otras de desprecio, echándole toda la culpa por haber quedado preñada.
Había aguantado hasta entonces también el desprecio de sus padres que, aunque no la habían corrido de la casa sí la trataban de manera hostil, pues ser abuelos en tales circunstancias tampoco habían sido sus planes. ¿Y creían que los suyos sí? Resultaba muy fácil ver por el lado de uno mismo, sin ponerse en los zapatos del otro.
Pero ya no podía seguir soportándolo. A medida que los meses pasaban la situación se complicaba cada vez más.
En los pueblos pequeños los rumores corren rápidos, como si fuesen acarreados por el viento. Los habitantes, de mente tan cerrada que no aceptan lo que va más allá de sus costumbres, comenzaron a señalarla con el dedo sin discreción alguna desde el momento en que comenzó a notarse su situación, y actualmente aquellos cuchicheos se habían vuelto burlas incontrolables.
Lo pensó por mucho tiempo, y concluyó que ya no quería seguir soportándolo. No podía hacerlo. Por eso había tomado la decisión de acabar con la vida de ambos antes de que su pequeño naciera teniendo que cargar con el peso de aquel odio infundamentado.
Sus pasos errantes la condujeron al muelle. Podía sentirse el sonido del romper de las olas mientras la luna azul iluminaba la escena. Esa luna mágica…
Había oído hace muchos años, por boca de su madre, que a la luna llena se le atribuían poderes mágicos, siendo capaz de cumplir deseos. Pero, cada cierto tiempo, en un mismo mes ocurrían dos lunas llenas; la segunda era denominada luna azul. Se creía que aquella segunda luna era aún más poderosa que la primera, por lo que se acostumbraba a pedirle aquel gran anhelo del alma con la casi certeza de que éste sería concedido.
—Diosa de la noche, madre de la vida. Sólo tú sabes lo que mi alma anhela —susurró juntando las palmas de sus manos mientras observaba al astro resplandeciente.
Y de repente, como si realmente se tratara de magia, un rayo de luz tan blanca y pura como las alas de un ángel envolvió a la joven. Sus ojos permanecieron abiertos; extrañamente aquel resplandor no la cegó. Sintió como aquél ser que habitaba sus entrañas iba descendiendo, abriéndose paso por el canal de parto, pero ningún dolor se instaló en su cuerpo.
Cuando la criatura estaba por caer apareció una niña frente a sí. La pequeña era quizás más pálida que la luz de la luna; de cabellos dorados y ojos miel. Estaba vestida por una larga túnica blanca y en su espalda, desplegadas, un par de bellísimas alas resplandecientes.
—Este niño vendrá conmigo —informó con una voz tan dulce como el sonido de un arpa, acunando entre sus brazos al recién nacido—. En la mañana nadie recordará que existió.
Y así como apareció desapareció.
La muchacha despertó cuando los rayos del sol comenzaron a colarse por entre las cortinas. Frotó sus ojos con una mano y llevó la otra a su vientre, completamente plano. Su corazón estaba inquieto y creía que se debía a ese sueño que no podía recordar.
—¡Annette, el desayuno está listo! —gritó su progenitora desde el piso inferior, con su habitual voz cantarina.
—¡Ya voy! —respondió ella sin prestar más importancia al asunto. Si no se apresuraba llegaría tarde al colegio.
Mientras tanto, desde algún lejano lugar, un pequeño ángel de luz mecía a un niño de tez trigueña y ojos color cielo, entonando una dulce melodía para que éste se durmiera.
~Fin~
Hi!
ResponderEliminar¿Qué tal?
Hace mucho que no pasaba. Muy lindo el one-shot. Mágico y todo.
xD De hecho, diría que es la "primera vez" que leo algo así de mágico en tu blog, sin contar "Ángel solitario" (que en sí tiene su toque magicoso [?]).
No suelo leer historias así, pero hacerlo de vez en cuando es lindo ;).
Y bueno, eso.
^^ Nos estamos leyendo pronto, espero.
Te cuidas y bla, bla.
Aiko fuera!!