Misteriosa.
Imagen:
Advertencias: Ninguna importante.
Llegué temprano aquella mañana, más que de costumbre, y allí estaba ella. Sentada en un rincón, con un sombrero cuya ala cubría en todo momento la mayor parte de su rostro.
Se cumplía una semana de la primera vez que entré en esta cafetería y todos los días, religiosamente, lo primero que veía al ingresar era a aquella figura misteriosa y a la vez elegante, de porte magnífico, ubicada en su rincón con una humeante tasa de café negro frente a ella.
Desvié mi mirada de la chica cuando el mozo dejó sobre mi mesa la tasa de café junto a la que había dos medialunas saladas. Le di las gracias e intenté fijarme en mis cosas, sin resultado favorable.
¿Cómo podía una mujer a la que ni siquiera le había visto el rostro u oído su voz alguna vez enloquecerme tanto como ella lo hacía? No tenía una respuesta a esa pregunta, tampoco pensaba en ello, lo único que me dedicaba a hacer era apreciar tan sublime figura.
¿Quién pudiera ser sombrero para develar lo que se oculta bajo su inoportuna opacidad? Cuan dichoso sería de tan solo poder observar por un instante sus rasgos, sin tan molesto obstáculo en el medio.
Un movimiento me alertó. Se puso de pie lentamente, con la gracia de un cisne en pleno nado, bajando un poco más el ala como si supiera que la estaba observando, y se dirigió a la salida. Iba a hacer lo mismo; quería seguirla para ver si, por alguna gracia del destino, podía ver aunque sea una porción de su rostro, pero un mozo me detuvo.
—La dama que se acaba de retirar dejó esto para usted.
Con el asombro reflejado en mi mirada agarré el sobre blanco, sin ningún tipo de inscripción en su frente. Murmuré un escueto “gracias” y volví a sentarme.
“El disimulo no integra sus virtudes, joven. Es un dato que debería tener en cuenta para el futuro. ¿Sabía que es mala educación observar a una dama de ese modo? Otro punto que no debería olvidar.”
Llegado a esa instancia podía sentir mis mejillas arder. Un intenso sonrojo se había posado en ellas al momento en que me vi descubierto. ¿Será que fui tan imprudente como para que notara que mi presencia en este lugar sólo se debía a que quería volver a verla?
“Sin embargo, me he desilusionado. Una semana ha pasado desde la primera vez que nos encontramos en este café. Siete días acudiendo en la espera de que al fin te acercaras a hablarme, utilizando alguna de esas tontas excusas que suelen tener ustedes, los hombres, bajo la manga para tales situaciones.
Las cosas no salieron como esperaba, y es una pena. Era mi último día en la ciudad; ya mi barco está por zarpar.
Adiós, quienquiera que seas.
Justine.”
La despedida me hizo reaccionar. ¿Había perdido mi oportunidad de conocerla? La vida, en ocasiones como esta, pasa de irónica a cruel, aunque he de admitir que la culpa fue mía por tener la oportunidad ahí y no tomarla.
—Aún está a tiempo —murmuró el mozo que en ese momento pasaba frente a mí, guiñando un ojo como si lo supiera todo.
—Quédese con el cambio —dije a fin dejando una generosa cantidad de dinero sobre la mesa.
Debía dejar de pensar tanto. Eso me había llevado a desaprovechar todas las oportunidades que se me habían presentado. ¡Ya no más! Es hora de dejar que sea mi instinto quien marque mi camino.
—¡Justine! —grité al llegar al puerto, viendo el barco que zarpaba.
Tuve que parar a tomar aire. Había corrido todo el camino desde el café y estaba muy agotado. Ya pocas esperanzas tenía de volver a verla, pero sucedió lo que deseaba en lo más profundo de mi ser. Se acercó a la barandilla del navío y quitó de su cabeza aquel sombrero negro, arrojándomelo. Precisé saltar para atraparlo, pero entonces me di cuenta de lo que en verdad importaba.
Al alzar la mirada ella ya no estaba. ¿Podría ser posible? ¡Oh, cruel destino! ¿Por qué por cada alegría me das mil penas?
Giré el sombrero. Algo llamó mi atención dentro de él. Un papel.
—¿Una dirección?
Debajo había una nota.
“Es un café. El próximo barco parte dentro de tres horas.
¿Volverás a desaprovechar una oportunidad?”
—No. Nunca más.
Guardé el papel en mi billetera para no perderlo y me senté en un banco. Esperaría las tres horas, e incluso más si fuera necesario, pero volvería a verla.
Y aquel sombrero de paño negro me acompañó en la espera.
~Fin~
Interesante el enfoque que le has dado. Me ha gustado mucho, como todo lo que escribes, Yoru.
ResponderEliminarEl mensaje de no desaprovechar las oportunidades, el hecho de que ella fuera una desconocida y siempre lo hubiera estado esperando... me encantó. Mucho.
Muás, nos vemos en otra.
Hola!
EliminarQue bueno que te gustara. El chico se enamoró fácil, pero qué se le va a hacer. Dicen que el amor a primera vista existe. Igual, quien sabe, capaz jugaban juntos cuando tenían cinco años y ni se acuerdan xD
Besos y gracias por leer.
Me gusto mucho este relato, tienes razón en eso de que la vida es tan ironica, jeje el pobre ingrato se quedo sin saber ni como era xD. Ya sabes que adoro como escribes, pero te lo recordare las veces necesarias para que me creas ;D
ResponderEliminarOh, y cuánto puede llegar a serlo. Uno a veces se sorprende de las vueltas que da.
EliminarMil gracias por leer siempre, preciosa. Besos.
Hi!
ResponderEliminar-w- ¿Qué tal?
"Oh, pobre hombre" fue lo primero que pensé mientras leía xD. Le pasa por no aprovechar sus oportunidades, el solito se lo buscó òoó (?).
Lindo relato. Con un lindo mensaje también ^w^.
¿Lo he dicho antes? Creo que sí: me gusta mucho como escribes. =S Quizá sea repetitiva, pero es que siento que debo decirlo/escribirlo (=O si no los marcianos me castigan (?))
xD Como sea.
Ya me voy, te cuidas un montón, vale?
Aiko-chan fuera;
Bye!
Hi Aiko.
EliminarPues sí, la verdad que sí se lo buscó, pero qué va. Ya decidirá si planea seguir escapando o sale corriendo en el próximo buque xD
Me enorgullece que te guste como escribo =D
Besos.